martes, 19 de julio de 2011

Más novelas.


No, si voy a entender la novela, tengo que mirarla como se miran las novelas.
Es decir: como las miran las señoras, a la tarde, en vez de dormir la siesta. Como el manija que no sale el viernes a la noche para ver Destilando amor a la una de la mañana. Como un pendejo yanqui que se fuma un porro y se caga de risa mirando mexicanos llorando a los gritos.
No hay otra forma de entrar, de entender cómo mierda se logra hacer funcionar un relato con tan poco. Porque convengamos que mal actuadas, mal dirigidas y mal escritas, logran ser efectivas. Cómo funcionan, "y quién soy yo que ahí se ha dejado capturar".
La distancia crítica no nos llega a ninguna parte. Nos deja llorando frente de la tele el día de las elecciones. Entonces trato de relajarme, respiro hondo, hasta que casi no duela la estupidez escandalosa, hasta que los personajes dejen de parecerme todos iguales y la trama casi tenga sentido. Respiro hondo e intento aflojar un poco el hábito de leer con el lapicito en la mano. Una vocecita me dice "¡Mandato de castidad! ¡Relaciones de servidumbre prácticamente feudales! ¡El matrimonio y el mundo ejecutivo fusionados en una única promesa de ascenso social!". Me pregunto qué pensaría una vieja dominicana autoexiliada en Arizona, y en los cortes sublimo jugando compulsivamente al carta blanca.