martes, 28 de febrero de 2012

Sobre El péndulo de Foucault.

El año pasado releí El péndulo de Foucault, de Umberto Eco, y apunté algo como esto:

Dormitando con la tele prendida pienso que me gusta la novela porque hace ese despliegue tremendo de erudición histórica (y justo de una historia tan desopilante y lejana) con una ternura y una compasión igualmente tremendas. Es la historia de investigadores que inventan y reinventan un relato siempre preocupados por poder comprender y respetar a sus personajes.
Me conmueve Casaubon y su deseo de dignificar, de recordar amorosamente, de no infantilizar ni exotizar a esa otredad perdida para siempre que es el Pasado.

No parece, pero eran adultos racionales.

Después engancho el final de Spanglish, y lloro, porque estoy llena de amor por mi prójimo.


El péndulo termina siendo casi casi una advertencia sobre lo fácil que es, con un poco de práctica, conectar todo con todo. Peor aún: sobre lo fácil que es convencer a la gente de que uno sabe de qué está hablando. El tío Umberto se preocupa por todos nosotros, como siempre.

viernes, 17 de febrero de 2012

Febrero en casa.

El problema de Telecentro es que no tiene SAP.

El problema del streaming es que no tiene propagandas y a veces uno necesita un impasse para ir al baño y/o revisar el facebook.

El problema de la propaganda es que no importa cuánto insistan, no voy a ponerle Casancrem a la comida, nunca.

El problema del calor es la humedad y el problema de la humedad es que no llueve. Es decir, el hiato insalvable entre la humedad y la mojadez.

El problema es que no podés llorar a gritos por Cuevana sin que tu vergüenza opaque la desesperación.