viernes, 14 de octubre de 2011

Jamie Oliver.

¿O no que hay gente que la ves y te da la sensación de que la pasarías bien con ellos? Cocinando, morfando, o haciendo cualquier otra cosa (wink wink nudge nudge).

Para la Ginepedia.

Entrega
sust. abtracto

1.
Sos Merlina en Los locos Adams 2. En un cementerio, un chico te ofrece su amor y devoción por los siglos de los siglos. Se pintó un bigote con marcador para parecerse a tu papá, para que quede claro que es ese el modelo.
No como tu tío.
No como un pavo nativo-americano que dice "eat me" y baila como un pelotudo.
Es una entrega lúcida y merecida.
(Porque no compramos esta gilada del amor incondicional: queremos a quien se nos canta, a quien vale la pena.)
Y no va a perder su dignidad, no va a perderse a sí mismo. Al contrario, se hará él justamente en la profesión violenta del amor. Será en la medida en que podrá, potencialmente, destruirse para vos, físicamente, cruelmente.
A las mujeres Adams las calienta el dolor.

Entonces, cuando pongo la trucha para que ella me maquille (ver cachetones), por ejemplo, me entrego toda entera. Abro mi corazoncito borracho a sus deditos borrachos, temblorosos pero seguros.
Sigue agregando colores y está bien, porque no voy a parecer un travesti, me voy a parecer a ella, y eso es un honor.

2.
En el ámbito académico laboral, la entrega es tal día.
Todo será postergado para después de esa fecha. "Me ocupo yo, pero después de tal día." "Sí, juntémonos, pero después de tal día." Nada más importa.
O sí, en realidad hay un montón de cosas que nos importan mucho, pero no podemos hacer nada a respecto antes de tal día.
Y cuando llegue ese día, llegaremos 15 minutos antes para imprimir, y meteremos en un folio 8-12 páginas de sangre sudor y lágrimas, que seguiremos con la mirada mientras podamos, hasta el último instante. No sea cosa.
Volveremos a casa y nos sentiremos un poco vacíos. Recordaremos que había una larga lista de cosas a hacer después de tal día. No nos dará la cabeza para decidir qué hacer primero. Es probable que esté empezando algún programa familiar y poco interesante, y será tan dulce acurrucarse en el sillón y cerrar los ojos. Entregarnos, al son de las risas grabadas, al victorioso sueño posterior a la entrega.
Sueño que, lamentablemente, se verá interrumpido en el segundo en que recordemos amargamente la fecha de la próxima.

She works hard for the money.

Mencioné al pasar que el trabajo tiene un rol importante en las novelas, pero nunca deja de ser un plan B. Los enamorados son ricos, sin excepción, y casarse con ellos, por más que sea por amor, implicará no necesitar trabajar.
Hace 30 o 40 años que el conflicto entre el amor y el trabajo es el supuesto drama de la mujer moderna. Como si, en este sistema, esa fuera una elección real. Como si todas estuviéramos enamoradas de millonarios.
Pero para las heroínas de telenovelas laburar, a su modo, también es una especie de batacazo. Por lo general no tienen ninguna calificación más que ser buenas, honradas y leales. Pero alguien, viendo que tienen un gran corazón, les da un puesto semi-senior y ellas lo rockean.
Y siempre, sin excepción, el trabajo tendrá algo que ver con el hombre que aman y/o el hombre que las ama. Casi siempre es su jefe o su cliente más importante, con lo cual está en una posición de poder sobre ellas. Nunca al revés.

En Para volver a amar hay una inmobiliaria de mujeres (todas de vuelta, como indica el título) contra una inmobiliaria de hombres malos. Una hora diaria de la cantilena insoportable sobre la dificultad de realizarse profesionalmente. Tienen un laburo de alto nivel pero muy inestable, que hay que defender todo el tiempo con uñas y dientes. Porque, que quede claro, esta no fue su primera opción.

Lo que nunca desaparece es la lucha por la posición. No hay ningún otro problema real en las telenovelas. La diferencia entre buenos y malos es que los buenos aman a quienes les traerán dinero y poder bajo el brazo, y los malos no.
Sin embargo, hay destellos, momentitos en los que reconectan con la realidad. Como si salieran de la nube de pedos por un segundo, la tuvieran en consideración a una, televidente, que no va a casarse con un millonario, y por ende trabaja. Por un momento nada más, lo admiten: son gatos. Pero son formas de prostitución complejas y muy estáticas, que les permiten seguir despreciando a las free lancers.
¿Qué pasa? Pasa que si trabajo y amor están siempre mezclados, es porque el amor es un trabajo. If you like it then you should've put a ring on it. Poneme en blanco, flaqui. O me pasás a planta permanente o lo nuestro se acabó.

Francisco, de Destilando, es un malo que lo ejemplifica bastante bien: se casó con Sofía, chica de guita, y ahora está de ñoqui en la estancia familiar. No levanta nada en el pueblo, porque, como le dice un campesino, el que se casa con una Montalvo, por más que sea hombre, toma el nombre de su esposa y no al revés. O sea, su pobreza (y la riqueza de Sofía) lo feminiza, y por eso su relación es de las pocas donde la distribución del poder es más bien compleja. El casamiento que le solucionó la vida económicamente lo castró. Ahora su única opción es comer en la Montalveña, y retomar el romance su concuñada.

lunes, 10 de octubre de 2011

Dos Bettys.

¿Cuánto toma Ugly Betty de Yo soy Betty, la fea? Sin haber visto nunca la original, apostaría que muy poco, fundamentalmente porque Ugly Betty no es una telenovela.
La latinidad de Betty, que parece ser un homage al hipotexto, juega un rol fundamental en la serie. Al mito yanqui de la self made woman, se suma su condición de inmigrante, que es otro handicap más, como la fealdad. No es para nada neutro que los Suárez sean mexicanos. Es raíz de buena parte del conflicto, y de la mayoría de los chistes de la primera temporada.
Otra diferencia evidente es que en la versión estadounidense America Ferrera no es una linda disfrazada de fea. No es como Anne Hathaway, haciendo en The Devil Wears Prada el mismo papel pero guera, forra y pelotuda. Es una mina normalita, ni linda ni deforme, petisa y culona, mal vestida, pero normal.

Betty la mexicana en EEUU tiene que hacerse desde abajo, romperse el lomo, sonreír con todos los aparatos, para transformarse una mujer exitosa de New York.
Betty la colombiana no se va a ninguna parte, porque en la telenovela la fatalidad niega el tiempo, el aprendizaje, el crecimiento. Está todo planteado desde el primer episodio, de una vez y para siempre.
Porque las novelas son así, como las series policiales: al final se va a resolver todo. Si no se resolvió, no es el final. Si todavía falta medio capítulo y parece que se resolvió, es mentira. Y el gancho es justamente eso: a ver qué más puede pasar, qué va a surgir para que no puedan estar juntos.
"¡¿Qué mas falta!?", gritamos alzando nuestros puños crispados al cielo.
Un paso al frente, dos para atrás, pero nunca saldremos del camino inevitable al final. Los amantes se amarán y los malos serán castigados. Un casamiento y un juicio penal. Las subtramas son pocas, débiles, y en ellas no se juega nada importante.
Pero Betty la yanqui, oh, Betty la yanqui, es puro aprendizaje, puro cambio. La serie toma una situación muy básica (chica consigue trabajo como la secretaria fea de mujeriego en industria de la moda), y adopta, en forma muy muy estilizada, lo que al televidente yanqui promedio le choca de la telenovela: la intensidad de los sentimientos, el grotesco, la violencia y la comedia física. Usa la hipérbole como principio constructivo, pero a diferencia de la telenovela, que la usa con fines melodramáticos, aquí el efecto es cómico.

Betty yanqui no se enamora del jefe. Primero, porque es un gil. Segundo, porque así no hubiera durado 4 temporadas. La tele yanqui pide otro tipo de trama, con giros, sorpresas y recambio de personajes. La historia debe ser extendible al infinito. Además, el amor de las series yanquis es distinto: sigue el modelo del dating, que se presta tan bien al desfile de artistas invitados. Cada novio nuevo de Betty es un poquito de aire fresco para el programa, y un cambio para ella. Pero no es una forma de ascenso, sino una mejoría personal.


martes, 4 de octubre de 2011