lunes, 10 de octubre de 2011

Dos Bettys.

¿Cuánto toma Ugly Betty de Yo soy Betty, la fea? Sin haber visto nunca la original, apostaría que muy poco, fundamentalmente porque Ugly Betty no es una telenovela.
La latinidad de Betty, que parece ser un homage al hipotexto, juega un rol fundamental en la serie. Al mito yanqui de la self made woman, se suma su condición de inmigrante, que es otro handicap más, como la fealdad. No es para nada neutro que los Suárez sean mexicanos. Es raíz de buena parte del conflicto, y de la mayoría de los chistes de la primera temporada.
Otra diferencia evidente es que en la versión estadounidense America Ferrera no es una linda disfrazada de fea. No es como Anne Hathaway, haciendo en The Devil Wears Prada el mismo papel pero guera, forra y pelotuda. Es una mina normalita, ni linda ni deforme, petisa y culona, mal vestida, pero normal.

Betty la mexicana en EEUU tiene que hacerse desde abajo, romperse el lomo, sonreír con todos los aparatos, para transformarse una mujer exitosa de New York.
Betty la colombiana no se va a ninguna parte, porque en la telenovela la fatalidad niega el tiempo, el aprendizaje, el crecimiento. Está todo planteado desde el primer episodio, de una vez y para siempre.
Porque las novelas son así, como las series policiales: al final se va a resolver todo. Si no se resolvió, no es el final. Si todavía falta medio capítulo y parece que se resolvió, es mentira. Y el gancho es justamente eso: a ver qué más puede pasar, qué va a surgir para que no puedan estar juntos.
"¡¿Qué mas falta!?", gritamos alzando nuestros puños crispados al cielo.
Un paso al frente, dos para atrás, pero nunca saldremos del camino inevitable al final. Los amantes se amarán y los malos serán castigados. Un casamiento y un juicio penal. Las subtramas son pocas, débiles, y en ellas no se juega nada importante.
Pero Betty la yanqui, oh, Betty la yanqui, es puro aprendizaje, puro cambio. La serie toma una situación muy básica (chica consigue trabajo como la secretaria fea de mujeriego en industria de la moda), y adopta, en forma muy muy estilizada, lo que al televidente yanqui promedio le choca de la telenovela: la intensidad de los sentimientos, el grotesco, la violencia y la comedia física. Usa la hipérbole como principio constructivo, pero a diferencia de la telenovela, que la usa con fines melodramáticos, aquí el efecto es cómico.

Betty yanqui no se enamora del jefe. Primero, porque es un gil. Segundo, porque así no hubiera durado 4 temporadas. La tele yanqui pide otro tipo de trama, con giros, sorpresas y recambio de personajes. La historia debe ser extendible al infinito. Además, el amor de las series yanquis es distinto: sigue el modelo del dating, que se presta tan bien al desfile de artistas invitados. Cada novio nuevo de Betty es un poquito de aire fresco para el programa, y un cambio para ella. Pero no es una forma de ascenso, sino una mejoría personal.


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