viernes, 4 de noviembre de 2011

Para la Ginepedia.

Rulos

La portadora de rulos aprendió, desde su más tierna pubertad, que hay cosas que exceden su control. Que la humanidad no tiene ningún poder frente a una Naturaleza despiadada, violenta, irreductible. Es como el habitante de las Pampas de Sarmiento: esta inseguridad de la vida, que es habitual y permanente en los rulos, imprime, a mi parecer, en el carácter enrulado cierta resignación estoica para la muerte violen... Bueno, tampoco tanto.
Pero es cierto que la portadora de rulos ya no se espanta con nada. Ante la humedad, l@s ondulad@s se angustian y una enrulada de ley se les caga de risa. “Boludos voluntaristas”, piensa, “guarden los invisibles”. Hay que bañarse y empezar de cero. Ya fue.
La portadora de rulos valora su tiempo lo suficiente como para no plancharse el pelo, jamás. Declara con firmeza que el alisado es para giles, sin preocuparse por ofender a nadie. La pibita en la puerta de la peluquería le da un cupón y ella la mira desafiante. Está celosa, claramente. Que se lo meta en el culo, el cuponcito.
Hubo una época en la que ella también quiso tener un flequillo pesado, lustroso y retro, pero hace mucho que vive en paz con el hecho de que eso nunca va a suceder. Lo acepta, desde el fondo de su corazón.
Porque la portadora de rulos no olvidará jamás el viejo precepto de la nana Fine: cuánto más grande es el pelo, más chicas se ven las caderas.

Tormenta de amor

¿Qué sutil desbalance se produce en la ginecea y desencadena la tormenta? ¿Será acaso una de esas cosas irreductibles a impulsos electroquímicos del cerebro, a fluctuaciones hormonales, a la falta de sueño o la baja presión?
El asunto es que le llega una avalancha de piedad por su prójimo. Como ganas de llorar aguantadas por demasiado tiempo, como inundación, como catarata, un pocillo de café derramándose en una bandeja en movimiento, una torre de jenga que no deja de caerse, una cartuchera que vuelca su contenido interminablemente adentro de la mochila. La ginecea en cuestión se encuentra de pronto sin caparazón, desequilibrada, amando a todo y a todos, in praesentia et in absentia. De pronto todo el mundo es tan humano y comprensible. Todos huelen tan bien, todos tienen risas tan hermosas. Y no es fácil bancarse la sudestada emocional, que todo duela y haga bien a la vez. De pronto le cuesta decir “te quiero”, decir “yo sé que me querés”.
La ginecea respira hondo porque si no se le humedecen los ojos a cada rato. Es el ser más cursi del planeta Tierra, es toda abrazos y gratitud.

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