miércoles, 29 de julio de 2009

Lopre.

Yo, con cada nuevo entrevero con mi realidad, me englutía unos centímetros más en el pantano de mis preguntas. Porque no sólo queríamos cambiar las relaciones de producción, ¿no es cierto?, la apropiación privada de los medios de producción y las relaciones sociales de producción; no; no así, como hecho económico puro. ¡Oh! ¡Sí!, era prioritario, necesario. Pero habíamos dicho que queríamos cambiar las relaciones sociales, las relaciones humanas, por fin el hombre con sus capacidades desplegadas como sábana flameando al viento; fue la revolución cubana y había sido la china que se siguió encabritando como revolución cultural. Y, después de todo, ¿qué nos había sacudido a nosotros, los jóvenes intelectuales de Buenos Aires, ni propietarios ni desposeídos, salvo de la posibilidad general y equitativa de hacer cultura paga? Un buen pedazo de nuestros móviles era un pedazo ético, un pedazo romántico, una intención humanista, hasta que se inventó la expresión de "el hombre nuevo".
Graciela Lo Prete, Memorias de una presa política,
Buenos Aires, Norma, 2006. pp. 230-231.

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