jueves, 11 de marzo de 2010

Screw 'em.

El planteo inicial de The Perfect Score se vuelve una chotada en el momento en que se suman a la empresa la rubia y el negro. Es ese afán e incluir a todos, también a la rubiecita virginal y overachiever y al jock estrella, lo que la hace trivial. A fin de cuentas, las rubias ricas y los atletas becados seguramente gastan más en ir al cine que los chinitos drogadictos.
Me molesta mucho la victimización de las chicas como Anna Ross. ¿Que no es fácil ser perfecta? Mi culo. ¿Porqué tenemos que hacer un cine para que la gente linda flaca inteligente y encima *artística* (porque siempre tienen algún talento, siempre las apasiona la fotografía, el dibujo, el baile, la pintura sobre terciopelo) se sienta cómoda? Para colmo, le va mal en el SAT no porque no supiera cómo hacerlo, sino porque se cuelga. Anna Ross es la clásica minita que lloraba en las interrogaciones. Odiábamos a esas minitas.
Entre la víctima y la poser -porque Francesca es una careta de mierda, nadie lo niega- me quedo con la poser.

Que sufran. Que Meg Griffin le arranque los pelos a Lisa Simpson. Que con nuestro último aliento maldigamos a Brooke McQueen y a todas las putitas que se se sentían identificadas con ella.
Que se curtan todas.

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