jueves, 9 de abril de 2009

Guilt is such a turn-off.

Dexter sería mucho mejor si se pareciera más a su presentación.
La serie se trata de un investigador forense pelirrojo y huérfano que, en sus tiempo libre, sale a asesinar asesinos. O sea, es una versión humanizada y solar de Bruno Díaz, el aristócrata ocioso que a la noche se calza el uniforme y sale a castigar violentamente a los culpables. No va a salvar a los inocentes como Superman, no va a saltar por ahí y regodearse en su propia copadez como Spiderman, flogger ante litteram.
La imagen más típica de Batman es de él cagando a trompadas a los malos: en las películas, con saña y gadgets, en la serie de los 60 -Thwack! Biff! Ka-pow!- con cariño y con alegría, como las Chicas Superpoderosas cuando le pegan a Mojo Jojo antes de encerrarlo una vez más en una celda. Batman es un superhéroe que no tiene ningún poder supernatural, digamos; solo tiene el poder que le dan el dinero y el prestigio, y mucha bronca. De chica, eso me gustaba. Ahora pienso que el muy infeliz podía aprender a jugar al golf y listo.
A Dexter y a Bruno Díaz los une no sólo el trauma originario, el asesinato violento de sus padres con el que justifican sus actividades extracurriculares, sino también la posibilidad de combatir el crimen desde lo institucional, que descartan para hacerlo en forma privada, más eficaz, con mano dura. Dexter resuelve secretamente casos, llega al punto de liberar criminales a propósito para encargarse de ellos él mismo. Es que claro, lo dice cada vez que puede, de todas formas sólo el 20% de los asesinatos se resuelven en Miami. Bruno Díaz tiene todos los recursos como para intentar que en Ciudad Gótica se viva mejor, más alla de "limpiar el crimen de las calles". Pero claro, él no es un estadista. Es sólo un hijo de puta.
Le diferencia fundamental es que Dexter (el personaje y la serie) sabe que es un hijo de puta. Si bien se ampara en un discurso pseudomedico -el padrastro lo convenció de que, pobrecito, está enfermo y no puede no matar- considera que lo que hace está mal, o por lo menos, que ciertamente no es aceptable. La práctica de Dexter es secreta y vergonzosa, porque él no puede desdoblar su identidad. Si vamos a ser mínimamente realistas, no podemos fingir que si un tipo se pone un antifaz nadie lo reconoce. Entonces, mientras que Dexter-asesino necesita permanecer secreto, la actividad de Batman es pública, así como es público Bruno Díaz.
Tal vez Dexter no sienta culpa por lo que hace, pero sabe que legalmente y moralmente es un culpable. La serie gira principalmente sobre el sucio secretito, sobre la necesidad de ocultarse, la tortura de fingir (porque Dexter todavía no se encerró del todo el la Baticueva: tiene un trabajo, una hermana, una novia). La mayor parte del tiempo, Dexter se está quejando, o porque no puede matar, o porque no puede no matar.
No me parece un mal programa, pero creo que no llega a ser tan brillante como su presentación: más violenta, más sexy, más metafórica, más irónica. La serie sería mejor si mostrara los asesinatos con tanto desparpajo como muestra esa naranja, si Dexter degollara a una persona con la voluptuosidad con la que come jamón. Si la serie fuera tan sádica como su protagonista, si se animara a ser todavía más fascinante, todavía más repelente.
Dicho de otra manera: Raskolnikov al principio me cae bien. Una vez que empieza con los remordimientos, que se la pasa lloriqueando, se vuelve un denso. Se merece que lo agarren.

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