lunes, 2 de noviembre de 2009

Un primer borrador.

Ayer, mientras me quedaba dormida en el sillón viendo 10 cosas que odio de tí, le decía a mi mamá que en las historias de adolescentes de los '90 y '00 el drama de los protagonistas es que son demasiado rígidos o demasiado blandos.
Kat, Daria, incluso Dawson, sufren porque sus códigos son tan rígidos que no pueden pretender que alguien más los siga. Hay algo trágico en ellas (en él no, es sólo un pelotudo) porque son absolutamente conscientes de la irracionalidad del sistema, y del hecho que no tienen ningún poder de decisión en él. La ética insostenible, el horror de la minoridad.
Y después están los demasiado blandos: Cher en Ni idea, Enid en Ghost World, todas las porristas en todas las películas de porristas. Demasiado distraídos, demasiado cansados, desorientados en una legalidad que se les impone y que nunca resulta suficiente para aplicar a cada problema particular. Diecisiete años de escuela y Disney, de máximas que se contradicen entre sí, no preparan para la casuística aterradora del día a día.
Son muy pocas las películas de adolescentes que no narran el pasaje al mundo adulto. El cine supuestamente más pasatista de todos, producido y distribuido por adultos para ser consumido por adolescentes, es una forma de disciplinamiento para nada sutil. Todos lo consumimos, todos cargamos con las moralejas. Es un hecho.
Más allá de una reglamentación psicosexual bastante transparente (nadie se casa con la puta del barrio, a los chicos no les gustan las chicas demasiado inteligentes, sé vos mismo(?!?), a los egoístas nadie los quiere, etc, etc, etc) esas historias siempre terminan con un pacto. Hay que cortarse el pelo y salir a trabajar, hay que renunciar a cualquier principio ético demasiado estricto que te impida respetar a tus superiores. Incluso hay que renunciar a pretender que la gente sea digna de respeto, y dejar de buscar el respeto del prójimo es el precio para que alguien te quiera. De la exhibición en el ámbito de la escuela y el barrio a la sinceridad dentro de la pareja, de la casa familiar actual y futura (el final de Reality Bites, por ejemplo).
En realidad, el pacto sólo está en las que tienen un final consolatorio. Enid no logra pactar, y tiene que salir del medio. Daria tampoco puede. La serie tenía que terminar (probablemente una temporada antes de lo que lo hizo) porque crecer, si implica adaptarse a la irracionalidad imbécil de Lawndale, hubiera sido incoherente. Por eso el programa no cerró con bombos, platillos, un campus universitario, y un futuro prometedor. El futuro no es prometedor, es enfermo y triste.

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