jueves, 26 de abril de 2012

Titanic.

Lo dije y lo repito: 
Nadie que no haya sido una nena de 11 años cuando salió Titanic puede entender lo que nos pasó con esa película. Me compadezco de todos ustedes, incluyendo a las nenas de 11 años de hoy en día, que no lograrán ver a través de Celine Dion y la capa enorme de grasa que tiene todo.

Me hice adolescente el día que fui a ver Titanic, en marzo del '98. La hermana mayor de una amiga nos llevó al Multiplex un viernes a la tarde. Creo que teníamos camperas de jean encima del buzo de la escuela. Nos sentíamos grosísimas. Cuando volví a mi casa me quedé dormida y me desperté con mis viejos y mi hermano discutiendo encima mío. No podía entender de qué mierda hablaban, cómo podían hablar a ese volumen cuando Leo Di Caprio se había enamorado y muerto hacía sólo algunas horas. ¿Cómo no se daban cuenta lo que me estaba pasando, de todo eso de la película que yo seguía teniendo adentro? 
Y es eso, que es una música y unos colores pero también otra cosa, lo que solamente le puede pasar a una nena de 11 años en 1998. Si la viera ahora por primera vez, la odiaría. Si la viera ahora, aún con lo que significa para mí, tampoco me gustaría. Pero me crucé con Titanic en el momento perfecto, y por eso no puedo sentir más que gratitud.

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