domingo, 28 de junio de 2009

Revolviendo cajones.

Cada tanto Clara se enoja con el castellano, porque le revienta verse obligada a usar la misma palabra, querer, para decir que uno quiere a su abuela, a su remera más vieja, o al olor de las tostadas con manteca y azúcar, y para decir que uno quiere irse de vacaciones, o zapatos nuevos, o aprobar un final. Se enoja porque la diferencia es abismal.
Martín, por ejemplo (aunque en realidad no es un ejemplo) la quiere-sub-uno, pero no la quiere-sub-dos. Ella lo quiere1 y lo quiere2, o lo quería hasta que de tanto enojarse con el castellano (aunque en realidad no es con el castellano con quien se enoja) le parece que de tanto quererlo2 ya no lo quiere1, o viceversa. Ya no sabe si es uno o los dos, o a lo mejor ninguno, y tratar de definir, de subindexar, es querer agarrar una mosca con los dedos. De todas formas se sigue preguntando si él la quiere1 y si la quiso2 en algún momento, si él se lo pregunta y si trata de subindexarla. Si piensa en ella a veces, cuando está solo.
A Clara le gusta pensar que ya no está enojada, y que a ella sólo le queda querer1. Le da miedo, porque parece que en ella cada vez hay menos querer2. Se conoce y sabe que uno sólo se pone a definir cuando la mosca ya voló. No le divierte estar esperando a la próxima.
mediados de 2006

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